FUENTE: Interviu.es        

Un tiro, en un atraco a un supermercado en Yuncos (Toledo), cambió el destino del Guardia civil Román David Gómez Maestre. El agente quedó en silla de ruedas.

Ingresado desde hace meses en el Hospital de Parapléjicos de Toledo, lucha con valentía por recuperar su vida. “Soy joven. Tengo todo por delante”, dice con convicción. No está solo. Sus compañeros han hecho piña y han organizado una carrera para ayudarle.

Lo del carnet me hace mucha ilusión. Me da más ganas de vivir”. A Román se le ilumina la mirada. Aprender a  conducir un coche adaptado es su objetivo más inmediato. Resulta irónico, reconoce, para quien por primera vez se puso al volante

a los 18 años, que le ilusione volver a las clases prácticas a los 37. Pero está impaciente. “Me gusta viajar”, señala rotundo. Conducir es para él sinónimo de independencia. Lo que más ansía. “Ha sido como volver a empezar. Aprender a ir al

baño, a lavarte los dientes, a comer... Como un niño pequeño. Pero eso es lo que quiero: hacer una vida normal”, cuenta.

En realidad, en la vida del guardia civil Román David Gómez Maestre, de Villasequilla (Toledo), todo es nuevo desde aquel 5 de octubre de 2013 en el que resultó gravísimamente herido tras recibir un disparo en el transcurso del atraco a un supermercado de Yuncos (Toledo). “Quedaba poco tiempo para nuestra Patrona, el 12 de octubre”, detalla desde una sala, vacía y reluciente, del Hospital de Parapléjicos, centro de referencia en lesiones medulares en España.

Allí, en la parte nueva recién inaugurada, está la habitación de Román. En la que recibió hace apenas unos días la visita de la presidenta de Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal. En la que se reúne con los suyos, sobre todo con sus padres, que no le dejan ni un minuto y a los que, tras el suceso, vio “tan demacrados, tan delgados, que me dije que tenía que salir adelante, que tenía que luchar por ellos”.

Román ha renacido. “Es como si Dios me hubiera dado una segunda vida”, señala mirando muy serio y un tanto tímido. La primera quedó marcada por aquella bala, la que le entró por el cuello y le salió por el costado. La que casi le mata y le causó una lesión medular que le postró en una silla de ruedas desde la que ahora encara el futuro. Ha sido durísimo, admite, pero entre su familia, los amigos, los compañeros y la gente del hospital han conseguido que salga del pozo. “Cuando vi que no podía mover las piernas, que no sentía nada… caí en una depresión muy grande. Aquello ya quedó atrás”, explica con  decisión. En apenas nueve meses, le ha tocado hacer borrón y cuenta nueva. “Yo no sabía nada de lesiones medulares pero es curioso porque, diez días antes del atraco, había acompañado a mi padre a este hospital. Antes no lo había pisado. Hasta ayudé a un hombre con su silla de ruedas. Nunca imaginé que tiempo después sería yo el que iba a venir a parar aquí”, reconoce .

A Román no le gusta mucho hablar de lo que pasó aquel día en el que se convirtió en involuntario protagonista de la página de sucesos. Hasta hace apenas unos meses, señala, había demasiado llanto, demasiada rabia, como para reconstruir lo sucedido frente a aquel supermercado. Se estrenó como guardia civil en Leganés (Madrid), trabajando en el traslado de presos. Luego, pasó por aduanas, en el aeropuerto de El Prat, en Barcelona. “Entré en la Guardia Civil en 2004. Siempre me había gustado. Antes era militar. Estaba en el ejército profesional”, relata. Hace seis años, el agente consiguió un puesto en la Comandancia de Illescas, también en Toledo, cerca de Villasequilla, el pueblo de sus padres. “En estos seis años viví  varias veces situaciones peligrosas. Cuando sentí de cerca lo que era estar en la Guardia Civil, con el trabajo de calle. Te podían avisar de un robo, de un incendio, de un caso de malos tratos... Cuando mis padres me decían que tuviera cuidado, que no me metiera tanto, les explicaba que era mi trabajo.

Claro que tiene riesgos, aunque muchas veces eso la gente no lo ve y cree que somos simples funcionarios, que nos limitamos a pasar el día y a cobrar del Estado”.

Sin mediar palabra

El agente admite que, pese a no ser la primera vez que se veía envuelto en una situación peligrosa, jamás creyó que estaría involucrado en un suceso como el que le tocó vivir. “Ni tan siquiera había disparado un arma nunca”, señala. Con mucho

temple y cierta distancia, como si fuera una película vivida por otro, arranca el relato del 5 de octubre que marcó su destino. A Román y a su compañera les tocaba patrullar por la zona de Yuncos, que, como Numancia de la Sagra, Viso de San Juan o Carranque, pertenece al acuartelamiento de Illescas. “Es un puesto grande, con mucho trabajo. Solemos salir tres o cuatro patrullas, depende del día”, dice.

El día del atraco le quedaba muy poco para acabar su trabajo. Apenas media hora. Rozaban las 20.30 de la noche y, al pasar frente a un supermercado, un hombre mayor hizo señas a los agentes. “Nos dio el alto y nos informó que habían entrado tres hombres, muy deprisa, como con caretas, que creía que iban a robar.

Avisamos a otras patrullas para que fueran de refuerzo, pero, como estábamos allí, decidimos entrar”. El sol todavía reflejaba un poco. El guardia civil no veía bien. Se bajó del coche y observó a tres personas con bolsas. Corriendo. “Uno, al verme, soltó las bolsas. No me dio tiempo a reaccionar. Me apuntó a escasos dos metros y me disparó al cuello. En aquel momento no llevaba chaleco. Lo solemos llevar en el coche, pero no me dio tiempo a cogerlo. Además, no sabía si esas personas portaban armas. Si llevaban una simulada o un arma blanca. Lo cierto es que hubiera sido peor, porque la bala habría empezado a rebotar y el destrozo habría sido mayor”.

Volver a empezar

Román lo recuerda todo. Cómo cayó al suelo, a plomo mientras los atracadores –que huyeron en un coche– salían  disparando como locos, a todas partes” y él pensaba que le volverían a dar. También el temor que sintió al no saber si su compañera estaba herida –resultó ilesa– y cómo, pese a que se confiesa nervioso, mantuvo la calma para pedir a los clientes del supermercado que fueron a socorrerle que no le tocaran. “Empecé a notar que no sentía ni las piernas, ni los brazos. Pensé: «Tengo que tener dañadas las cervicales o algo. Voy a mantener la calma a ver si los médicos pueden hacer algo por mí».  Pensaba que si me tocaban, sería peor”, afirma.

El guardia civil ingresó en el Hospìtal Virgen de la Salud de Toledo en estado gravísimo: “La bala me entró por el cuello, muy cerca de la vena carótida, y me salió por el costado. Me rompió dos vértebras. Con el estallido de las vértebras, los huesecillos se me incrustaron en los pulmones y se me produjo un encharcamiento”. Estaba consciente y todavía le dio tiempo a explicar a su padre que le habían disparado. “No pasa nada. Estás vivo. Estás bien”, le tranquilizó el hombre.

Después, la negrura. Mes y medio de sedación y un lento y doloroso despertar en el que, con un collarín, miraba fijo al techo y sentía su vida rota. “Me vine abajo. Estaba muy alterado. Pensaba que no sería el mismo. De la furia, quería arrancarme los tubos. Tuvieron que atarme a la cama. A las pobres enfermeras las tenía negras”, asegura.

Cuando el pasado diciembre ingresó en el Hospital de Parapléjicos de Toledo, comenzó a rehacer su vida. En esas fechas, sus compañeros detenían a siete miembros de una banda organizada, entre ellos los tres atracadores de Yuncos. “Era una banda organizada, muy peligrosa. El que me disparó a mí ya tenía otro homicidio”, relata el agente. En el hospital, Román inició el lento camino de la rehabilitación

A los atracadores los detuvieron en diciembre.“Quiero que se haga justicia”, pide Román

Poco a poco, con esfuerzo, comenzó a recuperar el movimiento. Las manos, los brazos... Despacito. ”Cuando ves que vas avanzando, cada vez te sientes mejor. Vienen los nuevos y los ves tan pálidos y, al cabo de los días te das cuenta de que ya dan pasos o van con muletas...  Eso es una alegría tremenda”, explica. Las piernas son otro cantar: “Con el tiempo que llevo, dicen los médicos que al no tener sensibilidad, es difícil”.

Calcula que no le queda mucho en el Hospital de Toledo. Pero una úlcera ha enredado su salida. También los entrenamientos con la handbike, una bici que se maneja con las manos y con la que quiere acompañar a sus compañeros del puesto de Illescas en la carrera que le han organizado –ver recuadro– para recaudar fondos.

“Mis compañeros se volcaron. Vinieron a verme casi todos los días porque aquello les tocó mucho. Es normal. Entre  compañeros tenemos que apoyarnos”, manifiesta. Su única meta ahora es convertirse en una persona independiente. Para eso, como buen deportista que es, se entrena a fondo y mantiene ocupada su mente: terapia ocupacional, gimnasio...

Una vez superado el trauma, aspira a todo. “Quiero una vida normal. ¿Si volveré a la Guardia Civil?. Quién sabe... Quizás en un futuro. En alguna oficina... Ahora no es el momento de pensar en eso”. La independencia, en su caso más que en ninguno, cuesta dinero. “Tengo una casa en Illescas. Estoy pagando la hipoteca. No sé qué haré con ella. Tiene dos plantas y hay que adaptarla, así que por ahora me iré a la de mis padres. Luego, veremos. Soy muy joven. Tengo 37 años y toda la vida por delante”, asegura con convicción.

La misma con la que quiere que se haga justicia: “No sé cuándo será el juicio, pero, ya que me ha ocurrido esto, quiero que cumplan la condena íntegra, lo máximo posible. Yo cumplí con mi deber [el agente ha sido reconocido con la Cruz al Mérito de la Guardia Civil con distintivo Rojo]. Tuve mala suerte y habrá que asumirlo. No soy ningún héroe. Claro que me hubiera gustado cogerlo en ese momento y que no hubiera ocurrido nada. Pero me pasó. Igual que podía haberle ocurrido a otro compañero”.

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